Siempre que paso por la esquina de Caracé y Yamandú, miro a donde
estaba ella. ¿Será por costumbre? Cuando era niño siempre estaba ahí,
en esa esquina. Se decía que tenía una hermana gemela que vivía en
Abrevadero y Magalona.
En las tardecitas cuando terminábamos de jugar a la pelota en el campito
frente a mi casa - la vieja cancha del San Juan - corríamos carreras para
quien la alcanzaba primero, para que nos refrescara. Ahí mirando por la
ventana, siempre vigilándola para que no abusáramos ni la dañáramos,
estaba "El Morrocoyo". No me puedo acordar su nombre, pero así lo
conocíamos, por ese apodo. De golpe salía y nos echaba, pero al otro día
volvíamos a visitarla: vestida de color amarillo, con sus dos caravanas
doradas – los grifos por donde salía el agua - nuestra canilla de la esquina
nos esperaba para regalarnos su fresca agua de O.S.E.
No éramos los únicos: lo más frecuente era encontrar vecinos haciendo
cola con sus baldes, algunos con carros y grandes tanques de plástico
en ellos.
El negro Araña todas las tardes, verano o invierno – sí, invierno dije - con
su toalla y su barra de jabón Torino y cepillo para lavarse la ropa, todo
pronto para bañarse en la canilla.
La gente de la Casa Grande, los "Garrinchas" como se les decía en el
barrio, llegaban siempre discutiendo entre ellos. El Tuco y el Carlitos
acompañaban a su hermana mayor la Teresa y al Ever, uno de los más
chicos. No había una sola mañana que no se agarraran a trompadas
entre ellos y ¡cuando no! Al Carlitos le daba un ataque de epilepsia.
Los lunes el comentario era lo ocurrido el domingo en la cancha.
Ganáramos o perdiéramos siempre se decía lo mismo: ¡nos robo el juez!
Sin mencionar las cosas bonitas que decía Josefa Ramírez.
Doña Fía conversando con Doña Ernestina, la madre del "Negro de las
sandias" y El Loro Grajales, que no podía con el "genio de chusma", se
metía en las conversaciones cuando pasaba para comprar en el almacén
de Carlos Martínez "El Judío". No había quién se salvara de que le
sacaran el cuero.
La canilla sabía los secretos de gran parte de la gente, siempre quietita en
su esquina.
Ya no existe el campito, la Casa Grande no está y todas las casas del
barrio tienen canillas de sobra. Y yo siempre que paso por la esquina me
acuerdo de “La Canilla", de cuando era niño y me mandaban a buscar
agua con la olla de aluminio, porque balde no tenía. Grandes guerrillas
de agua se hacían. Mi vieja Canilla de La Esquina ¡Qué nostalgia me das!
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